La crisis en Haití dejó hace tiempo de ser un asunto interno. Es hoy una amenaza directa a la estabilidad del Caribe y de toda América. Inseguridad generalizada, bandas armadas que sustituyen al Estado, escasez extrema y una migración incontrolable que desborda las fronteras. Sin embargo, la Organización de los Estados Americanos (OEA), el organismo llamado a articular respuestas colectivas, ha optado por la pasividad.
El llamado reciente del secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, pone el dedo en la llaga. ¿Para qué sirve la OEA si no es capaz de actuar frente a una crisis regional de esta magnitud? ¿Qué más necesita para asumir el liderazgo de una misión de estabilización y ayuda humanitaria?
Los países vecinos —como República Dominicana— llevan años cargando solos con el peso del colapso haitiano. Las escuelas, hospitales y sistemas de servicios públicos dominicanos están saturados por una migración que no cesa, mientras el riesgo de expansión de la violencia y el tráfico de armas desde Haití es cada vez mayor.
La comunidad internacional, y especialmente América Latina y el Caribe, deben dejar de ver a Haití como un país “lejano” o un “asunto ajeno”. La inacción solo traerá más caos, más muertes y más presión sobre las democracias frágiles de la región.
Haití necesita una intervención multilateral urgente, liderada por actores regionales y con el respaldo logístico de potencias como EE.UU. y Canadá. No se trata de intervenir para imponer, sino de colaborar para reconstruir. El costo de ignorarlo será mucho mayor.
InfoENN – El Nuevo Norte
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