La Habana, Cuba.– No hace falta esperar a la noche para verlas. Las llamadas jineteras, como se conoce a las trabajadoras sexuales en Cuba, recorren avenidas, se mezclan entre turistas en El Malecón, se dejan ver en hoteles, supermercados y barrios céntricos de La Habana. Muchas apenas pasan los 20 años. Otras son adolescentes que llegan desde provincias empobrecidas, buscando sobrevivir a una realidad sin oportunidades.
El fenómeno no es nuevo: desde los años 90, tras el derrumbe de la Unión Soviética y la crisis del “Período Especial”, la prostitución resurgió en Cuba como forma de subsistencia. Hoy, más de 30 años después, el turismo sexual sigue siendo para muchas jóvenes una vía de ingreso —y, sobre todo, una puerta de salida de la isla.
El amor como salvavidas migratorio
En redes sociales abundan frases como “quiero un hombre que me saque de Cuba”. Para muchas, la prostitución se convierte en una estrategia de supervivencia que va más allá de conseguir dinero rápido: el objetivo es encontrar a un turista que les ofrezca matrimonio, residencia o un boleto de avión.
Los destinos más frecuentes son Europa y América del Norte. Según testimonios recogidos por medios independientes, muchas jineteras se convierten en esposas de extranjeros que vuelven una y otra vez, seducidos por la calidez y el mito del “cachondeo” caribeño. La esperanza es clara: casarse significa tener una oportunidad para escapar.
Perseguidas, pero toleradas
Aunque la prostitución es ilegal en Cuba, la realidad es ambigua. La Policía realiza operativos, pero las trabajadoras del sexo suelen burlar la vigilancia apoyadas por “chulos” o “jineteros” —hombres que fingen ser sus parejas y negocian con turistas o porteros de hoteles. La escena se repite cada noche en El Malecón, Miramar, La Quinta Avenida o la salida del túnel de La Habana: una pasarela improvisada de cuerpos bronceados, tacones altos y minifaldas que atraen miradas y acuerdos rápidos.
Para muchas, el riesgo es alto: hasta tres años de prisión si son detenidas, mientras el turista se va sin sanción alguna. Aun así, el miedo no detiene a quienes ven en el turismo sexual su única vía para sostener a sus familias y soñar con una vida diferente.
Una juventud sin norte ni patria
Analistas coinciden en que detrás de esta práctica persiste la misma raíz: la desesperanza. La juventud cubana, sobre todo mujeres de provincias empobrecidas, no encuentra opciones reales de progreso. Con salarios bajos y carencias básicas, vender sexo —o al menos coquetear con la idea— se convierte en un camino rápido para conseguir ropa, maquillaje, un celular… y, para muchas, una visa.
En El Malecón, los taxistas son piezas clave: conectan turistas con trabajadoras del sexo. Ellos saben dónde encontrarlas, dónde ocultarlas y cómo sortear controles. Algunas mujeres confiesan que, además del dinero, guardan la ilusión de encontrar al “gringo” o europeo que les cambie la vida para siempre.
Abortos, control y estadísticas silenciadas
Cuba presume de una de las tasas más bajas de VIH en la región. Sin embargo, la combinación de prostitución y precariedad explica otras cifras alarmantes: cada año se registran cerca de 100 mil abortos voluntarios, legalizados y garantizados por el sistema de salud. Muchos analistas vinculan esta estadística a la falta de educación sexual efectiva, métodos anticonceptivos escasos y la presión económica que lleva a miles de mujeres a preferir la interrupción del embarazo antes que traer un hijo al mundo sin medios para sostenerlo.
Un fenómeno sin final visible
Tres décadas después de la crisis que hizo resurgir la prostitución en Cuba, la realidad demuestra que poco ha cambiado. La isla sigue produciendo historias de amor fugaz con extranjeros, mujeres que se convierten de jineteras a “damas”, esposas legales y ciudadanas de otros países.
En el fondo, la misma motivación se repite: escapar de una isla que muchos ya no ven como hogar, sino como una prisión sin muros.



