El sicariato mediático: cuando la pluma y el micrófono se convierten en armas

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Por: Junior R. Henríquez C.-

En una sociedad democrática, la prensa juega un papel vital: informar, fiscalizar al poder y servir de puente entre la ciudadanía y la verdad. Sin embargo, esa misión sagrada se ve cada vez más amenazada por una práctica tan perversa como dañina: el sicariato mediático.

El sicariato mediático no es más que la prostitución del periodismo. Es el uso del micrófono, la cámara o la pluma —instrumentos nobles por naturaleza— como armas de destrucción de reputaciones. Es un servicio por encargo: quien paga, ordena. El blanco puede ser un político, un empresario, un funcionario, un colega periodista… no importa quién, lo importante es cuánto.

En la práctica, esto convierte a comunicadores y supuestos periodistas en mercenarios de la opinión, dispuestos a vender su credibilidad —y la de los medios donde se alojan— al mejor postor. Hoy son una voz de denuncia; mañana, un verdugo a sueldo. En muchos casos, los ataques se disfrazan de “investigaciones”, “comentarios” o “exclusivas”, cuando en realidad son linchamientos cuidadosamente orquestados para chantajear, extorsionar o destruir.

No nos engañemos: este fenómeno no es nuevo. Desde siempre ha existido la figura del rumor pagado o la campaña sucia. Pero hoy, con redes sociales y plataformas digitales, el sicariato mediático tiene un alcance letal. Una mentira repetida y amplificada por bocinas a sueldo puede arruinar carreras, familias y vidas enteras en cuestión de horas. La retractación, si llega, no borra el daño.

Lo más preocupante es que este cáncer corroe desde adentro la credibilidad de todo el ecosistema periodístico. El público general, harto de tanta manipulación y guerra de lodo, termina metiendo en el mismo saco a los sicarios y a los periodistas serios, honestos, que ejercen con principios y riesgos reales.

En medio de esta jungla, cabe preguntarse: ¿quién defiende la dignidad del periodismo? La respuesta empieza por cada periodista y cada medio comprometido con su audiencia. La ética, la verificación de fuentes, el derecho a réplica y el respeto a la verdad deben ser trincheras irrenunciables. Y, por supuesto, la sociedad debe exigir transparencia: ¿quién paga? ¿Por qué se ataca? ¿Cuál es la prueba?

Denunciar el sicariato mediático no es un acto de valentía: es un deber. Un deber con el periodismo, pero sobre todo con la gente, que merece noticias, no sicarios.

 

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