A 22 años de su partida, Celia Cruz sigue siendo reina del ritmo, la dignidad y el legado afrolatino

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Martes 16 de julio de 2025

Santo Domingo, R.D. – Un día como hoy, 16 de julio, pero del año 2003, el mundo perdió a una de las voces más icónicas de la música tropical: Celia Cruz, la “Guarachera de Cuba”, falleció a los 77 años en su hogar de Nueva Jersey a causa de un cáncer, dejando tras de sí un legado musical, cultural y humano que sigue vivo 22 años después.

Nacida el 21 de octubre de 1925 en La Habana como Úrsula Hilaria Celia Caridad Cruz Alfonso, Celia creció en un hogar humilde, hija de un fogonero del ferrocarril y una madre que, junto a su tía, siempre creyó en su talento. Desde niña cantaba mientras cuidaba a sus hermanos y hacía los quehaceres del hogar, hasta que su voz comenzó a abrirse paso en los escenarios más importantes de su país.

La gran oportunidad llegó en 1950, cuando sustituyó a Mirta Silva como vocalista de la Sonora Matancera, una de las orquestas más famosas de Cuba. A pesar de la admiración que sentía por ella el entonces mandatario Fidel Castro, Celia se exilió en 1960, negándose a vivir bajo un régimen que le dictara dónde y qué debía cantar. Nunca volvió a su tierra.

Pedro Knight, su amor eterno

En medio de su carrera, conoció al trompetista Pedro Knight, con quien se casó el 14 de julio de 1962. Más que su esposo, Pedro fue su representante, su mejor amigo y compañero inseparable. La pareja no tuvo hijos, pero Celia dejó una herencia de más de 50 álbumes que aún hacen bailar al mundo.

En 1990, logró visitar por única vez territorio cubano, al ofrecer un concierto en la Base Naval de Guantánamo, durante una celebración del Día de la Amistad Cubano-Americana. Fue un momento simbólico, de reencuentro espiritual con su tierra, aunque nunca pudo regresar a su hogar en La Habana.

Una estrella global, una voz del pueblo

Celia vivía en Nueva York, no en Miami como muchos exiliados cubanos. Desde allí conquistó la industria de la salsa, tradicionalmente dominada por hombres, y se convirtió en un ícono de la representación afrolatina en el mundo. Su voz, su risa, su energía y su famoso grito de ¡Azúcar! siguen vivos en generaciones enteras que celebran su legado.

A Celia Cruz se le han dedicado musicales, libros, calles, una Fundación, una Barbie, murales y homenajes alrededor del mundo. Fue —y sigue siendo— un símbolo de fuerza, resistencia, dignidad y alegría.

22 años después de su partida, su presencia sigue firme en la memoria colectiva de los pueblos latinoamericanos. Celia no solo fue una estrella: fue, y será siempre, una institución cultural para el Caribe y el mundo.

 

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