SANTO DOMINGO.-Transcurridos casi 13 años desde que la “vida le hiciera una mala jugada” al recibir un disparo en los ojos por parte de un hombre que huyó luego de cometer un asalto, Francina Hungría se convirtió en un símbolo de “resiliencia”, tras crear, un año más tarde, la fundación que lleva su nombre y asumir la defensa de los derechos de las personas no videntes.
Siendo una profesional de la ingeniería civil y descendiente de una familia acomodada, ella junto a José Beltrán, hoy presidente de la Fundación Francina, quien también perdió la visión, pero a los 13 años de edad, cuentan las dificultades con las que deben lidiar las personas con estas condiciones.
Beltrán, hijo de dos maestros de Monte Plata con limitaciones económicas, recibió con esfuerzo el apoyo de estos para salir adelante.
Ambos desnudan las adversidades que tuvieron que afrontar por separado hasta convertirse en personas autónomas a partir de sus experiencias de vida. Al participar en el Almuerzo del Grupo de Comunicaciones Corripio junto a Camila Payano, coordinadora de Proyectos, revelaron parte de los retos que tuvieron que enfrentar.

En el caso de Francina, desde el hecho de que sus padres la dejaran hasta de hablar, porque aunque son parte de su círculo de apoyo, la creían incapaz de seguir adelante o le escondían el bastón porque no la querían ver así.
“Fue terriblemente doloroso, había mucho sufrimiento alrededor mío, y en algunos momentos desee no estar viva, no quería vivir aquello, pero cuando en una cita médica alguien me dijo: ‘Te van a entrenar para usar el bastón como una persona ciega, por si acaso, hasta que recuperes la vista.
Vi una ventana de salida al círculo de sufrimiento y descubrí desde la primera semana que no era tan malo ser ciego… ja, ja, ja… Con la inteligencia artificial y el Internet, cambié las perspectivas de ver las cosas”, narró Francina, quien especificó que más de un 12 % de la población dominicana tiene alguna discapacidad, según las estadísticas.
Comentó que la circunstancia la empoderó y descubrió que dentro de la condición no tenía por qué dejar de hacer lo que hacía.
De ahí que se entrenó en un centro de Miami y se dio cuenta de que el país estaba a años luz de distancia, que apenas algunas personas conocían la tecnología adaptativa. Desde entonces encontró resiliencia y fue algo que se dio en el camino, y todo el mundo la puede desarrollarla en la medida que tenga las mismas oportunidades que ella ha tenido.
Beltrán recuerda que cuando era pequeño sus padres cobraban cada uno RD$3,000 y él estaba en la escuela básica, pero tenía que viajar dos veces a la semana a la escuela de ciegos.
“Cada viaje para mis padres costaba RD$400. Si veníamos dos veces por semana nos representaba ochocientos. Era un tema de tomar prestado. La forma de estudiar era con una computadora; mi papá no podría comprarla, entonces me grababa las clases…. Estudié con una beca, lo que significa que no tenía todos los instrumentos. Entonces hay una diferencia muy grande cuando uno tiene las herramientas”, contó Beltrán.
Labor social
A raíz de esas vivencias se han motivado a contribuir a que las personas superen esas barreras, el estigmatismo y la determinación de la familia para que crean en la capacidad de desarrollar competencia, en el caso de los niños que nacieron con determinada discapacidad.
Igual tratan de contrarrestar la falta de información y acceso a servicios para que manejar no solo las limitaciones visuales, sino las físicas.
Barreras
Además de las barreras con las que tienen lidiar, como es el obstáculo de los desechos en las vías públicas; el problema de los desagües que los ponen en riesgo, especialmente en días de lluvias; los cables del tendido eléctrico; la falta de servicios y la inseguridad ciudadana, Francina cita que en principio una de las barreras es que los padres dejen de lado el escepticismo y se convenzan de que vale la pena creer en las oportunidades y el progreso que pueden acceder sus hijos.
En el grupo de los no videntes en el país se registran 398,594 que enfrentan a diario obstáculos que van mucho más allá de la falta de visión, sino también barreras culturales, prejuicios sociales, espacios urbanos inseguros y, en muchos casos, la exclusión laboral.
Beltrán y Francina citaron, entre otros obstáculos, que las zonas con mayores dificultades para accesar son las rurales, donde hay más pobreza, y áreas urbanas vulnerables, donde hay mayor hacinamiento, como Villa Mella o Cienfuegos, en Santiago.
Congreso
— Bastón Blanco
Por Día Internacional del Bastón Blanco, el 15 de octubre, promueven valor de ese instrumento en los no videntes.
En Congreso de Accesibilidad Urbana tocarán el impacto de la gestión de residuos en el acceso igualitario en ciudades.