
Cada 10 de octubre, el mundo detiene su rutina, aunque sea por un instante, para mirar de frente una realidad muchas veces silenciada: la salud mental. En calles, escuelas, hospitales y redes sociales, se alzan voces que buscan romper el estigma que aún pesa sobre quienes luchan con ansiedad, depresión, trastornos alimenticios, adicciones o cualquier otra condición emocional. Es el Día Mundial de la Salud Mental, una jornada que más que conmemorar, invita a reflexionar y actuar.
Este año, como en anteriores, miles de campañas recorren el mundo con un mensaje claro: la salud mental es tan importante como la física. En algunos lugares, se organizaron ferias, talleres y charlas abiertas; en otros, se optó por momentos de silencio y recogimiento. Pero en todos ellos, la premisa fue la misma: hablar de salud mental no es debilidad, es valentía. Porque reconocer el sufrimiento y pedir ayuda sigue siendo, para muchos, un acto revolucionario.
En hospitales y centros comunitarios, los profesionales de la salud mental aprovechan esta fecha para visibilizar sus esfuerzos diarios. Denuncian la falta de recursos, la sobrecarga de pacientes y la necesidad urgente de políticas públicas que garanticen atención digna y oportuna. "No hay salud sin salud mental", repiten, sabiendo que detrás de esa frase hay vidas que podrían haberse salvado si hubieran tenido acceso a un tratamiento adecuado.
Más allá de las estadísticas y los discursos, el Día Mundial de la Salud Mental también se vive en lo íntimo. En los mensajes de apoyo entre amigos, en las lágrimas compartidas, en los abrazos sinceros. Porque a veces, basta con que alguien escuche sin juzgar para que una persona sienta que aún vale la pena seguir adelante. Y es ahí donde la conciencia colectiva se convierte en esperanza individual.
El 10 de octubre no soluciona todos los problemas, pero abre una puerta. Una puerta hacia el entendimiento, la empatía y la acción. Mientras el mundo avanza, este día nos recuerda que hay heridas que no se ven, pero que también duelen. Y que sanar comienza por hablar, por escuchar, y sobre todo, por cuidar. Porque todos, en algún momento, necesitamos que alguien nos diga: "No estás solo".