Un día como hoy nació Trujillo, el clásico dictador de la República Dominicana

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Rafael L. Trujillo, el clásico dictador de República Dominicana y de América Latina, nació un día como hoy hace 134 años. San Cristóbal fue su puerta de entrada al mundo, el 24 de octubre de 1891. Hijo de José Trujillo Valdez y Altagracia Julia Molina, tenía sangre española por el lado paterno, y haitiana por el lado materno.

Ese mulato pretencioso se ponía tapitas en la ropa, y por eso, desde temprana edad le llamaban “Chapita“. Ambicioso, tenía apetito de grandeza y poder. Lo conseguirá algún tiempo después, y se hará más grande cada día.

Un muchacho de pueblo dominará la nación, y la capital llevará su nombre. Un largo y siniestro tramo de la historia nacional también llevará su nombre. El ser de los dominicanos quedará por siempre marcado.

En un extraño giro de la historia, todo conspiró para favorecer a Trujillo. El acontecer nacional fue un torbellino dulce a su alrededor. Llevado por los extraños caprichos del destino, será oficial del Ejército de ocupación estadounidense, general y brigadier, jefe del Ejército nacional durante el Gobierno de Vásquez. Y será, por sobre todo ello, el gran protagonista de fondo de la historia patria.

El poder estaba a un paso de las armas: solo un general armado podía arrebatarlo. El poder era para valientes. En el tiempo de la montonera, Concho Primo era cualquiera, pues cualquier hijo de pueblo se levantaba en armas y, seguido de compadres y amigos, daba un golpe de fuerza y asaltaban el poder. Luego, se lo repartían como un botín. Y no vacilaban en devorarlo entre todos.

El Gobierno era un juego de caudillos improvisados y violentos. No había ejército organizado y el poder de las armas estaba repartido. El Estado dominicano no conocía el monopolio de la fuerza. La fuerza real residía en pueblos y regiones: de allí salían unos jefezuelos decididos a ponerse la ñoña. Los conflictos regionales marcaban el pulso de la historia nacional. De hecho, la historia dominicana no es más ni menos que un espejo nítido de contiendas sangrientas. El Cibao opuesto al este y al sur: los tabaqueros del Norte se enfrentaban sin piedad, con más armas que pensamiento, a los afanosos madereros de la banda sur y a los ganaderos del este. Ideológicamente, sureños y esteros eran un poco más atrasados que los cibaeños, puesto que estos vivían rodeados de dimensiones económicas, sociales y culturales más avanzadas. El liberalismo posindependentista se fraguó en el Cibao, y sus pensadores derramaron un visión progresista de la sociedad, al tener contacto con otros mundos intelectuales. Estados Unidos era idolatrado en la región Norte.

Trujillo se alzó sobre los males históricos de esta flotante nación. Construyó un imperio con su voluntad inquebrantable. Fue el caudillo único e incontestable de la República. Dominó las instituciones. Trituró a la oposición. Se sentó sobre un trono firme y despótico.

En 1930 el país era, todavía y en muchos sentidos, una aldea tropical. El abismo financiero del año anterior, que arrasó a Wall Street, desbarató la economía mundial y disparó el malestar social dominicano. Ese abismo preparó un parto histórico en la República Dominicana: se crearon las condiciones anímicas para una gran dictadura. Y, como el pueblo dominicano nunca ha creído en sí mismo, sino solo en ciertos y muy contados momentos de su historia, se entregó nueva vez al monstruo que lo iba a devorar. De ese modo, se precipitaron los acontecimientos y llegó el acíbar del trujillato infame.

El licor trujillista sobrevino como una maldición; de él, todos bebieron. Al pueblo dominicano le gusta hacerse un harakiri: matarse a sí mismo, crear los Frankenstein que se lo van a tragar. Y, así, se metió en la boca siniestra del lobo.

Ese lobo, desde luego, era Trujillo. En 1936, Santo Domingo se transformó en Ciudad Trujillo: un homenaje al hombre fuerte de la nación. Los más se arrodillaron ante sus pies, y otros huyeron despavoridos hacia el destierro. En septiembre de 1930, luego de unos días en el poder, el poderoso ciclón de san Zenón desgarró la tela de la ciudad, dejó gran mortandad y desató un pandemónium. Donde antes había caos, levantó el orden Trujillo; la desdichada república se volvió un paraíso infernal.

Tenemos que hablar de la República trujillista. El Jefe encontró una aldea y dejó una nación. El “Restaurador de la Independencia Financiera” pagó la deuda externa y reventó las cadenas de la esclavitud económica. El llamado “Padre de la Patria Nueva” creó la República trujillista. Su misión histórica tiene resultados imborrables y dimensiones resonantes. Enfrentó invasiones y las derrotó con el puño de su furor. Venció a sus enemigos, dentro y fuera del país. Descubrió y derrotó conspiraciones. Flotó sobre el miedo colectivo. Y se perpetró en la psique de la nación. Trujillo sigue viviendo en la mentalidad dominicana.

 

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