Este 18 de noviembre de 2025 recuerda el mismo día de 1961. Hace sesenta y cuatro años, se produjo la masacre de la Hacienda María: Ramfis Trujillo, el hijo despiadado del tirano muerto, dirigió el asesinato masivo de seis supervivientes del tiranicidio.
Las víctimas fueron Pedro Livio Cedeño, Salvador Estrella Sadhalá, Huáscar Tejeda Pimentel, Tunti Cáceres, Roberto Pastoriza y Modesto Díaz. Todos ellos, indefensos, fueron asesinados a tiro limpio en las afueras de la capital. Fue una matanza cruel y horrible, en la que también participaron Luis José León Estévez (Pechito), su hermano Alfonso León Estévez y Gilberto Sánchez Rubirosa (Pirulo).
Fue una manera cobarde de vengar el asesinato del Jefe. Unos meses antes, el martes 30 de mayo de 1961, un grupo de conspiradores entraron en acción y aniquilaron al hombre fuerte, Rafael L. Trujillo, en una carretera de Ciudad Trujillo, bajo las sombras de la noche. Ramfis entonces estaba en París y, al enterarse de lo ocurrido, fletó un avión y se apareció en Santo Domingo, con apetito grande de venganza. De inmediato, hizo una enorme redada y atrapó a los valientes conjurados.
Pedro Livio Cedeño, herido, estaba ingresado en la Clínica Internacional. Era un actor estelar y lo obligaron a revelar la telaraña del crimen. Con los demás, había participado en el grupo de acción que arriesgó el pellejo y se elevó a la gloria en mayo del 61. Tunti Cáceres no estaba esa noche, pero había estado en los ensayos previos, días y semanas antes del gran asesinato. Modesto Díaz era hermano del general Juan Tomás y pertenecía al grupo político que tomaría el control de la República luego del tiranicidio.
El asesinato del tirano había creado un vacío de poder, y los héroes debían llenarlo. Pero no pudo ser: Pupo Román, el jefe de las Fuerzas Armadas, estaba enrolado en la conspiración, pero a última hora retrocedió y quiso jugar un doble juego de la simulación. Terminó irreconocible de las torturas que recibió, y murió como vivió. Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama Tió fueron los únicos sobrevivientes, que superaron persecuciones para sobrepasar esas pruebas y contarlo. En diciembre salieron de su escondite, después de la huida siniestra de Ramfis y sus cómplices.
Eran los días más febriles de la agonía trujillista. El régimen dictatorial estaba llegando a su fin, y los remanentes del trujillato dejaron tras sí un saldo asqueroso de muertes, represiones y encarcelamientos. Una hora después de la masacre, Ramfis y sus acólitos se llevaron montón de dinero y exportaron el cadáver del sátrapa. Se fueron.
Entonces comenzó una nueva etapa del ser nacional. Pero esa es otra historia…




