Nueva York. – Cada Día de Acción de Gracias surge una conversación que se repite en miles de hogares dominicanos: ¿por qué tantos dominicanos del exterior, nacidos entre plátanos, salami y mangú, celebran con pavo como si ese fuera su plato de origen? ¿Estamos perdiendo nuestras raíces o simplemente adaptándonos a una sociedad que también nos ha abierto sus puertas?
La pregunta no es nueva, pero sí profunda.
Muchos dominicanos emigraron con una maleta de sueños, un acento marcado y un paladar que reconocía de lejos un sazón criollo. Con el tiempo llegaron nuevas costumbres, nuevas mesas, nuevas celebraciones. Entre ellas, el famoso Thanksgiving, una fecha que para millones representa gratitud, familia y oportunidad.
Pero, ¿significa eso olvidar quiénes somos?
¿Transculturación o integración natural?
Un sociólogo consultado explica que lo que ocurre no siempre es pérdida cultural, sino transculturación:
“La transculturación no elimina lo que somos, sino que lo mezcla. Si un dominicano come pavo en noviembre y mangú en diciembre, no dejó su identidad: la expandió.”
Para el experto, la diáspora no vive una renuncia a lo dominicano, sino una integración múltiple: se celebra el pavo, pero en diciembre se come puerco asado, en enero sancocho, y el 27 de febrero se enarbola la bandera con orgullo innegociable.
Opinión de dominicanos en el exterior
María, residente en New Jersey, dice:
“Yo comí plátano toda mi vida, y me encanta. Celebrar Thanksgiving no me quita lo dominicana. Es una cena de agradecimiento, punto.”
Carlos, en Boston, agrega:
“Aquí nacieron mis hijos. Para ellos, el pavo es fiesta, pero también el mangú. En mi mesa hay de todo: pavo y pastelitos. Esa es mi mezcla.”
Opinión desde República Dominicana
Doña Carmen, en Santiago, comenta:
“Mientras no olviden el merengue, la bandera y su familia, que coman lo que quieran. Lo importante es que sigan recordando la tierra.”
Jorge, desde San Cristóbal, opina diferente:
“A veces uno siente que se alejan. No es la comida: es el olvido. No llamar, no volver, eso sí duele.”
Ambas visiones conviven, y ambas son válidas. La raíz es el corazón, no el menú.
¿Se pierde identidad o se multiplica?
Lo que vive el dominicano en la diáspora no siempre debe interpretarse como pérdida cultural. Quien creció desayunando mangú con salami, y ahora cocina pavo en Acción de Gracias, no necesariamente ha olvidado su raíz. Más bien ha incorporado nuevas tradiciones sin renunciar a las que forman parte de su origen. La identidad no se borra porque cambie el menú o el calendario festivo; evoluciona con la experiencia, con la adaptación y con el contacto con culturas que también influyen, nutren y enseñan.
Ser dominicano fuera no significa elegir entre lo que fuimos y lo que somos ahora, sino permitir que ambas historias convivan. Así, un dominicano puede servir turkey en noviembre, pero en diciembre hace pierna al horno, en enero sancocho, y en febrero baila merengue con la bandera en alto. La identidad no se pierde cuando se mezcla con lo nuevo: se multiplica, se amplía, crece y se reafirma cuando desde lejos seguimos celebrando lo que nos une a nuestra isla, aunque el plato en la mesa sea distinto.
Reflexión final
Ser dominicano no viene en el pavo, ni se pierde en la mesa.
El que creció con mangú y hoy cena turkey puede estar viviendo algo más grande: una historia de migración, agradecimiento y adaptación. Lo importante no es qué se sirve en el plato, sino qué se lleva en el alma.
Y el dominicano, donde quiera que esté, lleva patria dentro.
Por José Zabala, creador de contenido.-




