Los plásticos biodegradables se han promovido como una alternativa ecológica, una solución que nos hace sentir bien ante nuestros hábitos de consumo. Se comercializan como si simplemente se deshicieran en la naturaleza y dejaran atrás un planeta más limpio. Sin embargo, esta promesa de sostenibilidad fácil es engañosa. Cada vez más evidencias muestran que estos plásticos podrían estar alimentando una de las mayores amenazas para la salud de nuestro tiempo, el auge de la resistencia a los antibióticos.
Cuando pensamos en la contaminación por plásticos, solemos imaginar tortugas atrapadas en bolsas o mares cubiertos de botellas. Lo que rara vez se considera es el mundo invisible que generan estos materiales. Incluso los llamados plásticos “verdes” son rápidamente colonizados por microorganismos. Una vez adheridas, las bacterias intercambian material genético, incluidos los genes que las hacen resistentes a los antibióticos, mientras los virus conocidos como bacteriófagos actúan como mensajeros que amplifican aún más esta resistencia.
La forma en que se descomponen los plásticos biodegradables los hace especialmente problemáticos. Su degradación lenta genera superficies rugosas donde las bacterias prosperan y forman biopelículas. Estos densos conglomerados microbianos las protegen y facilitan el intercambio de genes de resistencia. Las investigaciones muestran que los plásticos biodegradables albergan más genes de resistencia a los antibióticos y más virus que los plásticos convencionales. Aún más preocupante es que se han identificado bacterias capaces de degradar plástico, resistir antibióticos y causar enfermedades al mismo tiempo. Al intentar solucionar un problema, podríamos estar favoreciendo la aparición de patógenos más fuertes y peligrosos.
La resistencia a los antibióticos constituye ya una emergencia global. Las proyecciones advierten de que, si la tendencia continúa sin control, millones de vidas podrían perderse cada año para 2050. Tradicionalmente, la atención se ha centrado en el uso excesivo de antibióticos en medicina y agricultura, pero hoy se reconoce también que el medio ambiente es un motor clave de esta amenaza. Los microplásticos, especialmente los biodegradables, podrían estar acelerando silenciosamente la crisis.
Esto plantea preguntas incómodas. ¿Qué significa realmente la sostenibilidad si las soluciones que celebramos vienen acompañadas de riesgos ocultos? Biodegradable no significa necesariamente seguro. La verdadera sostenibilidad requiere algo más que hacer que los residuos desaparezcan de nuestra vista. Exige también examinar de cerca lo que permanece. Un producto que limpia las playas pero dispersa genes de resistencia en el agua no es ninguna victoria.
Por eso, los nuevos materiales deben evaluarse no solo por su huella ambiental, sino también por su impacto en la salud pública. El enfoque One Health, que vincula el bienestar humano, animal y ambiental, debería guiar este proceso. Sin él, podríamos sustituir un tipo de contaminación por otra.
La contaminación por plásticos siempre ha sido mucho más que un problema estético. Transforma los ecosistemas de formas que apenas empezamos a comprender. Ver cómo una bolsa “biodegradable” desaparece de la arena puede parecer un avance, pero lo que no vemos es la huella microbiana que deja atrás. Si queremos un futuro verdaderamente sostenible, debemos hacernos preguntas más difíciles. No solo qué desaparece, sino qué permanece.




