Las muertes ya superan las 1.400 en Indonesia, Sri Lanka y Tailandia, mientras más de 1.000 personas siguen desaparecidas entre inundaciones y deslizamientos de tierra. En Indonesia, pueblos completos permanecen aislados tras el colapso de puentes y carreteras. En Sri Lanka, miles de personas carecen de agua potable, y en Tailandia, el primer ministro reconoció fallas en la respuesta gubernamental ante la emergencia.
Malasia aún intenta recuperarse de una de sus peores inundaciones —que dejó tres muertos y miles de desplazados—, mientras Vietnam y Filipinas enfrentan un año marcado por tormentas devastadoras que han dejado cientos de víctimas.
Para los científicos, este escenario no es casualidad: representa la nueva normalidad climática, una etapa marcada por tormentas más fuertes, lluvias más intensas y daños generalizados.
“El sudeste asiático debe prepararse para una probable continuación e incluso un empeoramiento del clima extremo en 2026 y en los años siguientes”, advirtió Jemilah Mahmood, líder del Sunway Centre for Planetary Health, con sede en Kuala Lumpur.
Los patrones climáticos del año pasado sentaron las bases para el extremo clima de 2025. Los niveles de dióxido de carbono aumentaron en 2024 más que en cualquier otro año registrado, lo que, según la Organización Meteorológica Mundial, “puso el turbo” al calentamiento del planeta.
Asia es la región más golpeada: se calienta casi el doble de rápido que el promedio global. Los científicos coinciden en que la frecuencia e intensidad de los fenómenos extremos están aumentando.
El calentamiento de los océanos alimenta tormentas más fuertes y cargadas de humedad, mientras el aumento del nivel del mar amplifica las marejadas ciclónicas, explicó Benjamin Horton, profesor de ciencias de la tierra en la Universidad de la Ciudad de Hong Kong.
Además, sistemas climáticos como El Niño prolongan aguas cálidas y extienden la temporada de tifones, lo que permite que las tormentas se formen más rápido y más tarde en el año.
“Aunque el número total de tormentas no incremente drásticamente, sí lo harán su severidad e imprevisibilidad”, enfatizó Horton.
La combinación de fenómenos climáticos más frecuentes e impredecibles está desbordando la capacidad de respuesta de los gobiernos del sudeste asiático, señaló Aslam Perwaiz, del Centro Asiático de Preparación para Desastres. Asegura que muchos países siguen centrados en reaccionar ante los desastres, en lugar de prepararse para ellos.
“Los futuros desastres nos darán aún menos tiempo de preparación”, alertó.
En Sri Lanka, las provincias más afectadas muestran pocos avances desde el tsunami de 2004, que mató a 230.000 personas, explicó Sarala Emmanuel, investigadora de derechos humanos. Las comunidades pobres y marginadas siguen siendo las más vulnerables, incluyendo trabajadores de plantaciones que viven en zonas propensas a deslizamientos.
El desarrollo no regulado también agrava el daño, señaló Sandun Thudugala, de Law and Society Trust. Aseguró que Sri Lanka debe replantear cómo construye y planifica, adoptando criterios que tomen en cuenta un futuro donde el clima extremo será la regla.
En Indonesia, videos que muestran troncos arrastrados río abajo evidencian el papel de la deforestación en la gravedad de las inundaciones. Desde 2000, las provincias más afectadas han perdido 19.600 km² de bosque —un área mayor que el estado de Nueva Jersey—, según Global Forest Watch. Las autoridades niegan que la tala ilegal esté vinculada al desastre.
El impacto económico también es enorme.
Vietnam calcula pérdidas superiores a 3.000 millones de dólares en los primeros once meses del año debido a deslizamientos, tormentas e inundaciones.
En Tailandia, el Ministerio de Agricultura estima daños agrícolas por 47 millones de dólares desde agosto, mientras el Centro de Investigación Kasikorn calcula que las inundaciones de noviembre en el sur costaron 781 millones de dólares, con un impacto del 0,1% en el PIB.
Indonesia reporta pérdidas promedio anuales de 1.370 millones de dólares por desastres naturales.
El costo es especialmente duro para Sri Lanka, que emite una fracción mínima de CO₂ pero sufre impactos severos, todo mientras destina gran parte de sus recursos al pago de deuda externa.
“Hay una necesidad urgente de que países vulnerables como el nuestro sean compensados por las pérdidas y daños causados por el calentamiento global”, sostuvo Thudugala.
En Peradeniya, Rohan Wickramarachchi, dueño de un edificio comercial que quedó inundado hasta el segundo piso, pidió apoyo financiero: “Necesitamos ayuda para recuperar algunas de las pérdidas que hemos sufrido”.
Durante la cumbre climática COP30, celebrada el mes pasado en Brasil, los países acordaron triplicar la financiación para adaptación y destinar 1,3 billones de dólares anuales para 2035. Aun así, es muy inferior a lo solicitado por las naciones en desarrollo, y persisten dudas sobre si esos fondos realmente llegarán.
Para Thomas Houlie, de Climate Analytics, la región está en una encrucijada climática: avanza en energías renovables, pero sigue dependiendo de los combustibles fósiles.
“Lo que estamos viendo en la región es dramático y, lamentablemente, un recordatorio contundente de las consecuencias de la crisis climática”, advirtió.



