Colón y La Española: una aventura que dura siglos

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Llegaron Cristóbal Colón y sus hombres, ese 5 de diciembre de 1492. La isla recibió a quienes venían de otro mundo, más fantástico pero menos cruel, quizás. Esos hombres tenían una mentalidad medieval, creyendo que los mares estaban poblados de monstruos y otras especies. Se habían lanzado a la aventura sin saber que lograrían lo impensable: descubrir todo un mundo de maravillas escondido y atrapado entre mares. Casi todo estaba virgen: desde las selvas hasta los bosques y las abundantes aves.

De ese modo milagroso, los aventureros atravesaron el inmenso Atlántico y realizaron el sueño de Marco Polo. Este trotamundos había dejado un testimonio de exploraciones por el reino de Cipango y China, donde el Gran Khan gobernaba como un monarca absoluto. Colón y sus acólitos navegaron bajo los pasos de Polo, esperando encontrar y re-descubrir aquel mundo lejano y perdido.

Se acercan y, según cuenta la leyenda, “¡Tierra, tierra!” grita Rodrigo de Triana. La tierra estaba ya a la vista: se oteaba a leguas, en el horizonte, después de una larguísima travesía por aguas calientes. La desesperación llegaba a su fin, tras largo trajinar. Se les aparece esta tierra isleña y, de inmediato, Colón la nombra “La Española”, por su amor a España, la patrocinadora de la aventura. Esta isla lo deslumbró, por ser “la más bella que ojos jamás hayan visto”. Ya había estado en isla Juana (Cuba) y, antes, en Guanahaní (San Salvador).

El almirante y su comparsa llegaron al paraíso. Encontraron una tierra nueva, fresca y mirífica, que se desplegaba con gran esplendor en la malla pura de sus encantos. En ese mundo edénico ingresaron aquellos hombres, con su mentalidad tremebunda y creativa. No era para menos, puesto que crearían un mundo nuevo y cruento.

Ese mundo se construyó sobre la sangre de millones de inocentes. América es un homenaje triste a la violencia. Bajo cada palmo de tierra hay una mancha de sangre, testimonio de una gran matanza. Una enorme mancha de sangre va desde los pies hasta la cabeza de América. Es un continente lleno de sangre. Sangre indígena. Sangre negra. Sangre mestiza. Sangre blanca. Sangre de todos.

Claro, la mejor parte se la llevaron los conquistadores. La Española se volvió un centro de operaciones y un trampolín de conquistas, de donde partieron otras expediciones para dilatar la gran obra del descubrimiento. Los españoles exportaron la riqueza prístina del continente, llevando ejemplares humanos y de otras especies. Es decir, España se descubrió en América. Y se hizo, también aquí. Claro, ya venía construyendo un espíritu nacional: la unificación total del Reino, con los clásicos reyes católicos, Isabel y Fernando. Pero cuando despachan a Colón y su empresa aventurera, en 1492, están en guerra a muerte contra árabes y judíos. Expulsan a los primeros, después de 781 años de incómoda presencia musulmana en España. “Llora ahora como mujer lo que no has sabido defender como hombre”, dice Aixa a su hijo Boabdil, sacado por la fuerza de Granada.

Con ese espíritu de guerra detrás, llegaron los españoles, también a guerrear. Emprendieron una cruzada a muerte contra los enemigos, ahora en territorio extranjero, fuera de sus lares. El espíritu de los reyes venía con ellos.

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